31/5/09

14

Una punzada en el corazón. No eran sentimientos. No era el corazón. Era mi pecho, ninguna herida a decir verdad. Tan sólo el recuerdo de esa tarde terrible. Una tarde más, de entrar casa a casa.

Ese sector subdesarrollado de la inmensa ciudad. El caos adoptó todo, los adultos robaban las tiendas, no eran alimentos, sino televisores, joyas, mercaderías. Los niños sustraían los carros, y sus enseres. Golpeaban ancianos para asaltarlos…

No hicimos más que esparcir la calma de la muerte. Apuntar a todos, mientras todo se grababa, los avisos eran inmediatos, la gente se retiraba y los reticentes eran ejecutados en plena balacera. No sin separarlos, sino a lo lejos, a la cabeza.

Los pocos, guardianes de la oligarquía y jeques de los barrios pobres se pertrechaban. Pensaron que era su tiempo, y nos atacaron a nuestras espaldas. Pocos cayeron, y me di cuenta que no era sino momento de conocer de frente a otra cara del enemigo.

Me adelante en la calle de cemento, polvorienta e invadida de una inmensa humareda de bombas de humo y llantas ardiendo. De repente un golpe brutal en mi pecho que me hizo caer, mi casco se soltó y gané una mejor visión del ambiente.

Nuestras fuerzas aguardaron, cuando me levanté, alcé mi rifle y uno, dos, tres, cuatro cayeron. Alcé mi espada a embestir a pequeños y grandes. A hacer sufrir a los hombres salvajes, a batir con inmediatez a los niños que buscaban mi fin. Y entrar a la fortaleza de uno más de los líderes de estas bandas delictivas. Decapitar a sus fieles, y confrontarlo.

Las fuerzas se adelantaban: trajeron a sus mujeres, que vivían sin insatisfacción, a sus hijos pequeños, en condiciones aventajadas frente a los vecinos que simplemente aguardaban callados, pocos sin manifestar. Era una balacera más que vivían al fin y al cabo.

Trató de escupirme al verme, pero tan sólo le rompí la mandíbula y solo prosiguió con balbuceos. Le pisé el cuello mientras estaba tendido en el piso. Uno a uno los de su familia, un tiro en la cabeza. Y vi lágrimas en sus ojos. De sangre, de furia, alguna especie de injusticia al fin y al cabo, a la vez que veía las varias muertes que éste perpetró a través de su delincuencial existencia. Cedimos ante ese ser, lo soltamos y se convirtió en un verdadero diablo.

Alas, cuernos, aliento sulfuroso, piel dura. Fue el momento de concentración, y el rayo final que terminó con esa miserable existencia. El mismo final de muchos.

Un día cansado, al fin y al cabo. Pero consciente de la presencia infernal que azotaban estas tierras, y que muy pocos atestiguaban de manera directa.

Quienes realmente carecíamos de humanidad, pues para percibir la maldad pura de estos malditos, uno tiene que ser absolutamente inhumano.

9/3/09

13

Y muchos estaban afuera. Testigos de lo poco, protestantes al máximo, invocando los derechos universales, escribiendo a rabiar, irrumpiendo en convenciones, cumbres y asambleas. “¡Miren allá! ¡El terror!”

Personalmente a uno de ellos fui, acribillamos a todos en su departamento costero, y él herido de muerte, junto a un poco de cocaína y alcohol… Lo agarré del cuello, y lo lancé por su balcón. Nadie nos vio. Pero supieron que nosotros fuimos.

Embajadores y sus familias, agregados militares, cónsules: un tiro desde lejos, inyecciones letales, degollamientos; obras inmediatas en lugares donde no podíamos permanecer mucho. Usamos armas que no generen mayor ruido. Ahí no era la guerra, pero sus voces eran una extensión de ella, eran chirridos frente a la tranquilidad que imponíamos, la tranquilidad a la terrible fiesta, donde eran festinados los valores del país y se demostraba la descomposición social al máximo.

Y la familia presidencial. La que tanto reclamaba su patria nativa, otra lejana, donde se enceguecían los viles monstruos que devoraron esta tierra, y que ahora eran presas de nuestras pasiones más terribles y viles. Sangrientas y humillantes.

En mi mente, no quería más imágenes de llantos, canciones populares, escritores vulgares que llamen a sentimientos de venganza justiciera, y sueños que realmente nunca existieron en todos sus corazones. Héroes o mártires qué mencionar. Si querían al menos sus cadáveres, esos… esos fueron lanzados desde aviones de alto vuelo, y cayeron pesadamente en su país, donde nadie los encontró, donde por la altitud, aquellas bolsas negras, silentes y útiles, se reventaban dejando nada.

Nada debía quedar de aquellos imbéciles, los retoños del mal.

Y si por eso, debíamos ir a la guerra contra más rivales, por la dignidad manchada de ellos, de permitir nuestros asesinatos; con mayor razón. La defensa estaba lista, pues estábamos convencidos de que aquellos países eran tan o más insensatos que aquellos muertos, por haber permitido que corruptos delincuentes vivan allá, como representantes de nuestra república de la fechoría y el oprobio.

Al llegar, no encontraban nada. Solo oscuridad y su muerte. Y se dieron cuenta que más que una guerra, nuestra presencia era una maldición única y eterna.

7/2/09

12

Siempre tuvimos líderes soñados, inalcanzables. Modelos y deportistas, hombres fuertes o distinguidos, rodeados de soldados, guardaespaldas, y más hombres fuertes. Hombres de temple, coraje, discurso popular, embelesando al común denominador, e invitándonos a soñar en un nuevo gran destino.

En televisión unos se destacaban por sus grandes teorías, otros por su maestría en las destrezas físicas, pero todos eran admirados. Hombres dúctiles, que fácilmente lograban acomodarse frente a las realidades y adversidades. Que lograban lo mejor en sus vidas. Padres ejemplares, esposos magníficos, empresarios exitosos, o dirigentes excelentes, que alcanzaron lo mejor para la sociedad.

No interesaba el resto. Si todo estaba hecho una mierda, si seguían las raterías, si el destino del resto era incierto, luchando contra montañas de tristeza y desesperación y el rival magnífico que resultaba uno mismo, ya derrotado de antemano por una raza maldita y un pensamiento derrotista. La derrota que bien existía en el placer de ese común denominador que se pensaba progresista en simplemente pensar que un líder iba a solucionar todo, a regalar la limosna que el ser humano necesitaba, pues existía el invento terrible de la dignidad humana que resultaba en quitar al que trabaja y premiar la vagancia y la ineptitud.

Y demás inventos… Respaldados eso sí por todos. Mientras durase el billete y el cuento. Así también los empresarios corruptos y que todo lo manejaban con la vinculación.

Así vivíamos. Viendo todo, pero sintiendo nada.

Hasta que llegamos. Sin hablar nada, sin muchos manifiestos, sin ideologías.

Sin apariciones televisivas, las que realmente odiaba. Preguntas aquí y acullá que preferiría no contestar nunca, pues desde las cinco estaba despierto, a las siete viendo que todo se obrase, rápidamente como debía, desplegando el universo de la recuperación.

Sin alocuciones al extranjero, sin siquiera fotografiarme, reseñarse de mi vida, de la vida de mis cercanos, de los seres que trabajaban día a día, en que al menos, exista lo que bien debía existir, fuera de toda esa idiotez de sucesión de imágenes, y salir y no encontrar nada.

Era el sueño de hace mucho tiempo, prender la televisión, no encontrar entrevistas ni noticias, sólo dibujos animados. Y afuera perfección, o la reparación de la imperfección.

No maquillaje y habladurías, gritos que esperaba que al menos, todos ya olvidáramos, y que sea la historia pasada en los periódicos que desaparecieron, los programas que callaron y las bitácoras que hablaban perversamente en una u otra corriente, de vez en cuando reparaban en la relatividad de las cosas, cuando bien todos eran tan estúpidos para no diferenciar lo bueno de lo malo, y vivían en el choque constante.

Ahora la tranquilidad, que bien debíamos al poder del fuego eterno que brotó de nuestras mentes y calcinaron a aquellos payasos que diariamente se mostraban en alocuciones repletas de falsedad, y sus acólitos, miserables parásitos que completaban el sistema de corrupción que fue nuestro país.

Aquel salón de la ignominia quemado y reducido a cenizas, con la pintura de los presidentes, el infausto recuerdo de que en algún momento tuvimos democracias de bestias y dictaduras vergonzantes en las garras, también de bestias.

16/1/09

11

No todo era facilidad en el camino. No todo eran ideas, sino el resueno de las balas, la entrada en pueblos paso a paso, en tanques rápidos y tras las tormentas que los aviones producían, venía una calma momentánea, que rápidamente se quebraba.

Y si bien es cierto, las guarniciones, bases de infantería, caballería y avanzadas fueron barridas, y sus integrantes asesinados fríamente, a lo lejos y con la descortesía de simplemente pulsar un botón sin mayor aviso, ahora las veíamos negras.

La cuestión debía ser rápida o bien el estado se quedaría en territorio con la desaparición de la sociedad, o la lacra que quedaba de ella, aunque bien se contaban las vidas humanas de los normales… Un tiro acá, acullá, operaciones veloces. Herido algún amigo, diez muertos del otro bando, mi desaparición, mi aparición y el poder de no se de dónde, que fusilaba al resto. O bien, sacábamos a los pocos que no peleaban en aquel lugar, cerciorándonos la existencia o no de rehenes, pues bien querían chantarnos muertos buenos, a diferencia de la limpieza que por justicia debíamos ejecutar; y luego la simple huella de la destrucción en un impacto supremo que se asemejaba a la pisada de un gigante celestial.

En los cerros escalábamos por lo más difícil, y luego colocarnos para el festín de la muerte y la tarea miserable de impedir que culminen en éxito las misiones de “ la democracia”, “la civilidad”, “la paz y el amor”, “la nacionalidad”, “la identidad y la defensa nacional”, y demás nombres ridículos que mencionaban estados estables de la corrupción generalizada. Preveíamos la decapitación del pueblo, muchos con miedo, pero ante nuestras miradas tristes, la indiferencia los invadía y tan sólo atinaban a seguir con sus vidas y a trabajar más arduamente.

Frente a aquella amigable recepción de algunos que creíamos muy lejos de la información pero tan lejos de aquella como de las riquezas o de la atención humana de quienes se inundaban de calificativos positivos durante el saqueo de lo nacional, y odiaban el imperio que caía a sus pies, en sangre, en maldiciones y en ruegos al dios indolente de las ratas; seguíamos nuestro camino, sin una sola palabra, y tomando nomás el alimento, pues las tiendas estaban a nuestra disposición y tampoco íbamos a robar la cama de quienes apenas tienen una.

Ante eso, me parecía bien deplorable recibir las muestras de dolor de los familiares de los soldados y oficiales, y más terrible el hecho de que no comprendiesen que más fuego no queríamos, pues la contraofensiva vino, con nuestros nuevos enemigos que no comprendieron que ellos perdieron en el juego de la guerra.

Y a nuevos jugadores, nueva aniquilación.

11/1/09

10

Caminando por las ciudades, por los pueblos, las vías, los campos. Nuevas ruinas de aquella civilización alegre que me circundaba, que me entristecía diariamente; en los asesinatos de caminos polvorientos y por pocos o muchos mendrugos de pan.

Ruinas de muchísimos pisos, organización exacta, después de tanto tiempo. Y árboles, muchos bosques.

Me imaginaba quizás de noche, en la irrupción de alguna alma pensadora, esperando el día en que destruyan aquellos bosques para que reluzca la verdad de sus muertes; destruyan los hospitales, para develar que anteriormente ahí habían otros hospitales, que aunque sucios y corruptos, igualmente habían ahí personas que trabajaban.

“¿Qué clase de personas?” le preguntaba brutalmente.

Y nuevamente el silencio y el sueño, que muy calladamente me costaba conciliar.

Día y noche trabajábamos, lejos ya de gente inepta que dirigía todo en pos de construcciones etéreas que les permitan consolidarse en la cima de una sociedad que bien debía ser destruida.

De afuera bien nada, pues poco nos importaba su reacción, a excepción de la que por los de “la libertad” viniese y que bien con el cierre de fronteras y mares, su intento vano concluyó con una derrota vergonzosa. Así nuestros vecinos sufrieron duros reveses cuando comprendieron que bien nuestro país necesitaba ese apagón mundial de varios meses, donde bien la oscuridad vino como el color de la limpieza que necesitábamos.

Los inocentes y sus familias que bien día a día trabajan, contravienen de vez en cuando las tonterías, compraban sus televisores y equipos de sonido, iban a la playa, y seguían trabajando en silencio, algo miserables porque bien deleznaban la situación actual, detestaban a los presidentes empresarios o del pueblo, todos derrochadores al máximo, detestaban la diferencia abismal porque sus jefes ganaban cincuenta veces más de todos sus sueldos juntos, y porque bien ellos trabajaban más pero no salían más allá, y porque todos eran infelices al pensar en aquello: si insultabas al presidente o a la organización política, ahí había un can que luego te perjudicaría de una u otra manera: permisos municipales, contravenciones de tráfico, el cerrarte puertas de instituciones que bien debían proteger a todos sin distinción; si tenías una queja en tu empresa, te ibas al diablo, por más bien que trabajases.

Y muchos morimos, porque cuando la suerte te dejase de sonreír, y recibías una bala, o una buseta se te iba encima, ese gigante, en manos de la corporación derechista o del sindicato izquierdista, no iba a dar un peso por ti: seguros que no se pagan, salud que no se recibe, un trato descortés y patada en el culo si te morías, y la justicia bien no paga, bien no existe, dando al traste con muchos de nosotros, respecto a nuestras creencias del Señor que tanto era proclamado los días domingos, con el cura que nos bendecía a todos, sobretodo a quienes más daban materialmente.

Las ideas ya no existieron, y con el sobrevenir de los tiempos emergerán mejores; sin los mediocres que en los tiempos de nuestra primera muerte, reinaban en los medios privados y públicos, perros amaestrados, todos una tarea de imbéciles mal educados, con diversas ínfulas.

Bien no sufrieron al final, cuando quemamos sus casas, cuando no sufrieron la humillación de salir ver muertos a sus seres queridos, pues tampoco eran los autores del desastre diario, tan solo eran otros encubridores, que bien iban a ladrar al momento de nuestra actuación llena de saña y violencia. Tan solo murieron, con sus cercanos, sin tener lamentos, ni funerales, ni lloros, y a lo mucho protestas internacionales, con nuestros embajadores inexistentes, pues muchos también fueron eliminados en el exterior, y fuertes condenas que preferimos no escuchar con el apagón general.

Cuando bien en la imagen satelital en nuestro país, nunca se vio ni se escuchó nada.

Bien de afuera, sólo recibíamos dinero de nuestros familiares y amigos, hasta que todos, quienes prefirieron adoptar otra bandera, se fueron definitivamente.

Y por culpa de todos quienes nos condenaron con sus acciones y juzgamientos erróneos.

Caminando por todos lados, olvidaba de hecho. Menos cuando estaba en casa, pensando, leyendo y escribiendo.

8/1/09

9

¿Y aquellos que se enriquecieron con los negociados del país?
¿Los que nos paraban en las calles para sacarnos un dinero a través de coimas?
¿Quiénes no hicieron nada ante las estafas y robos y asesinatos de muchos, a pesar de poder investigar y juzgar?
¿Dónde están quienes dijeron salvar al país, pero se hicieron muy ricos, y viven en la opulencia, en la comodidad?
¿Y los ideólogos, que estudiaron mucho, que se jactaron de su sapiencia, sus filósofos y sabios, la sapiencia con la que se nutrieron y crearon partidos y agrupaciones de mejoramiento nacional, soportaron tesis, atacaron con todo a los contrarios, denostaron la barbarie derechista pero disculparon las matanzas y el hambre izquierdista?
¿Y sus contrarios empresariales, quienes explotaban hasta más no poder al país, atropellaron al común y compró al ser humano?
¿Y los comentaristas y cronistas que narraron la historia de manera muy incompleta y comentaron disculpando a sus amigos y familiares en el festín diario, y condenaron a los pobres diablos y al pueblo en general por elegirlos, y brindaban mensual y anualmente un cóctel en propio homenaje por los chascarrillos semanales y sus deslices seminales y ovulares, pues viene de una alma caritativa y puesta al combate día a día...?

Todos muertos.

¿Pero sus familias? ¿Por qué? ¿Sus seguidores?

No es posible que tomen la bandera, protesten, quienes fueron los primeros quizás en alimentarse de la podredumbre y la miseria que sembraron, o los perros descerebrados, que día a día, sufragaron por el submundo que ellos nos crearon.

Y que día a día, casa a casa destruida y quemada hasta el suelo, destruíamos. En cada hombre, y también joven, mujer y niño.

Sabía que todo era grito, y el lamento no callaba. Pero al menos así, todos iban derechitos, ya juzgados y pagando su deuda, directo al paraíso. Pues todos los perros van al cielo, dirían algunos.

“Pero eso no importa. Mientras sus cuerpos ardan, el olor a infierno quedará en sus malditas almas”.

22/12/08

8

La mañana era grácil. La nubosidad permanente en las montañas, y en este valle hermoso, donde se avistaban cultivos, caseríos y animales pastando. Años atrás, esto fue una hoguera brutal, donde sangramos, y donde otros muchos cayeron eternamente.

Las ruinas de una iglesia, la hierba la había cubierto, pero yo sabía que había una iglesia ahí. Había más, pero lo que yo recordaba era la iglesia.

Noches arduas, noches para la eternidad. Esbozo una sonrisa, ganábamos la batalla, éramos menos, y pensábamos que estábamos a salvo, durante el frío ruido de las balas y las explosiones que no dejaban sino gritos y silencio tranquilizador.

De repente ellos nos atacaron por la espalda, después de pedir perdón y rendirse. Por poco vi toda la película de mi vida, pero era el momento en que el blanco se impusiese en aquellos que a traición actuaron, barrer con todo, barrer con la iglesia, romper la santidad del lugar y derrumbar la obra de Dios.

El tanque con lanzallamas, los tiros y las bancas volaban. Los santos nos maldecían en su caída estrepitosa, y se bien que antes que vinieran a la vida, tenía que borrar el sitio del mapa. Mientras la religión nos excomulgaba, los padres defendían a los delincuentes que nos querían muertos y no aceptaban su derrota, y se que pecamos mortalmente.

A espaldas de aquel Dios, actuamos. Liquidamos a aquellos que nos odiaban, a quienes ignoramos momentáneamente, y lo que costó la tristeza de algunos hombres que seguramente fueron al infierno por esta pelea terrible.

Así como esa iglesia, conventos de corrupción, cementerios repletos de “héroes”, y memorias de torturados en instalaciones de lujo, dirigentes del fracaso y pensamientos momentáneos, seres insulsos que para colmo plasmaban sus estúpidas memorias en diarios y bitácoras; así con todo eso, removimos cimientos, tierras con huesos, papeles y archivos. Esos cementerios malditos, sacamos tanta tierra… y esos nombres y lápidas, quedaron felizmente para el olvido, después del año, donde dijimos la verdad de nuestro patético país y su historia de morondanga.

9/10/08

7

A las miradas de todos, las captaciones de los satélites, y las palabras que callamos, hubieron muchos más que nos ayudaron, subrepticiamente mediante artilugios y cosas que desconozco su proceder, pero sabía de antemano su fin.

Y los archivos los revisamos. Caso a caso, personajes culpables e inocentes. Cuentas bancarias, castigos indirectos en la prohibición de muchos de negociar, y jugarretas sucias donde morosos de largos años, todavía seguían llenando su cuenta pasivo a fin de seguir con la fantasía del lujo y el despilfarro.

Dineros ajenos en lejanas cuevas donde se amontonaba el oro, acciones diversas en empresas mundiales, pesquería japonesa, hoteles del medio oriente petrolero, exploración submarina europea, mercenarios del Cáucaso, y más locuras…

Sabíamos quien tenía, y como lo tenían, las evasiones diarias de impuestos, los servidores de la elusión y los genios de la leguleyada, los tramitadores, los traficantes de tierra, cargos, decisiones, droga, vendedores de órganos, trata de blancas…

Era una sociedad prolífica, y sobretodo en la condecoración al delito, en el estudio de las estupideces, en escritores imbéciles y payasos de poca monta. Defensores de una u otra tendencia, salvajes capitalistas que venden a su madre, salvajes izquierdistas que regalan a su madre.

Los dineros se movieron, los bancos se congelaron, las divisas regresaron del exterior, los casos fueron absorbidos, y sabíamos de antemano quien debía sufrir en el infierno que sobrevino desde aquel mediodía cercano a las fiestas, pero no pensábamos mucho en que todo debía ser reducido a cenizas.

Como cuando la Corte fue quemada con sus jueces y secretarios y los miserables de sus socios tinterillos, la policía fue reducida a balazos, los cuarteles bombardeados a mansalva, los burócratas corruptos masacrados y las rentas nacionales saqueadas.

¿No tocamos la empresa privada? Nos adueñamos de las que teníamos que tomar.

8/10/08

6

- Van por papá
- Hijos de puta, ya verán
- Malditos, como pueden entrar en nuestras casas
- Oye, las armas están en el armario, rápido que son solo dos



- muere hijueputa
- muere cholo hijueperra



- ¡Qué pasa! ¡No se muere!
- No por Dios, papá!



- Malditos. Todo fue por el esfuerzo de nuestro padre, y nunca nos lo quit…
- Qué le hacen! Algún día Dios los castigarán por eso.

Te esperamos Dios, y con la cabeza agachada, esperamos tu juicio final.

Días increíbles, donde el sueño eterno entró en muchas casas, de manera violenta, sin tomar prisioneros. Ni siquiera los infantes, todo debía cesar inmediatamente, pues la generación que tomó la patria, dejaba descendientes que inmediatamente pasaban a regir sin mayor esfuerzo el país de la desesperanza.

Todos los bienes pasaron a manos del gobierno inmediatamente, y el camino estaba expedito, mientras que los ejércitos que luchaban contra nosotros, eran eliminados rápidamente. Sus familias también pagaron, pues llevaban el gen del robo, la corrupción y la prepotencia, quienes se mantenían del cacicazgo.

También cayeron sus empleados, fieles hasta el final, con un fin más decoroso, al menos contaban con la fidelidad hacia sus amos.

Todo era rápido. Era un guerra, no queríamos gastos, gritos inhumanos y desgarradores, crematorios y campos de concentración.

Las playas estuvieron desoladas, las montañas también, y muchas villas y barrios fueron reducidos a nada, pues bien debía nacer ahí mismo la nueva civilización, el cambio de verdadera época. La selva descansaba sin tocar, inerte, en su contaminación y sus pozos casi secos, y su pobreza eterna y conmovedora. Las islas allá, prostíbulo cuyos administradores ahora fallecían como merecían. Bestialmente.

Los volcanes nos sirvieron, para derretir los vestigios vivientes del monstruo gigantesco que vivía entre nosotros, en la normalidad de un sueño miserable y una comodidad absurda.

Bien eliminábamos una clase inútil y parásita, sus guardianes, sus sirvientes, y también… a sus hijos.

7/10/08

5

Después de esa noche, pensábamos que íbamos a quedar en calma. La perfección sucedió, sin saber siquiera si existía el respaldo divino, pues los cuarteles fueron destruidos y la policía desmantelada. Las fronteras cubiertas, pues en nuestro continente se profesaba la unión y la paz, y también la rapiña a los vecinos caídos.

Bien supe al ver el país, que no habría paz, pues hubo la convicción de que algo salió mal, y los ejércitos privados no habían sido tocados.

Nuevamente, de manera hipócrita, preferimos bogar por el cese al fuego y la rendición absoluta de nuestros rivales.

Salimos algunos, sin armas, sueltos y suaves a las calles a tratar de encontrar paz. Pero me convencí totalmente de que la guerra recién comenzaba, al caer quienes estaban a mi alrededor, unos heridos, otros para siempre…

Empezamos a asaltar las fortalezas donde el robo se perpetuaba, o donde los ladrones de la esperanza se resguardaban y regodeaban sin ninguna especie de respeto a quienes sufrían diariamente para al menos supervivir. Quienes trabajaban fuertemente, y no encontraban mayores resultados. Y decidieron convertirse en mis cercanos. Antes que en polvo. Aunque bien tuvieron que ser polvo antes de estar a mi lado.

De todas maneras en ese tiempo, fue el momento de hacer polvo todo, derrumbar muros, asaltar instituciones corruptas, desalojar alimañas y bien rociar de insecticida las reminiscencias del pútrido olor a rata que jamás dejó aquel lugar, y bien no dejamos ni piedra sobre piedra.

El país miraba con miedo, las batallas eran cruentas, maestría de parte del enemigo, pero nosotros éramos inhumanos, pues saltábamos escombros y castigábamos a nuestros opositores. Comprendo que bien no querían dejar sus comodidades y mafias, y ante eso era preciso rociarlos de balas. O con el fuego para no dejar nada.

A esto recibimos las noticias a cada minuto y segundo, ediciones y ediciones de diarios narrando la desgracia de “nuestros próceres defensores de la patria”. Bien denunciaban nuestros crímenes, y esto fue la gota que derramó el vaso, pues la llamada a la invasión extranjera ocurrió, en un conflicto interno, que bien se estaba resolviendo para un lado.

Anteriormente los medios habían condenado la entrada de tropas extranjeras, y anteriormente los medios nunca denunciaron ni acusaron a que aquellos que hoy morían brutalmente, por lo general hacían harina de los huesos de los pobres, practicaban tiro al blanco con la clase media, y atropellaban ebrios a quien se interpusiera en su camino.

Eran muchos apellidos, y muchos “buenos, honestos”. Que bien denostaban el alto cargo de llevar una nación al despeñadero, y repletar con perros y esbirros (valga la redundancia) ineptos y estúpidos las instituciones de servicio estatal.

Obviamente que ese era el ejército supremo que teníamos que enfrentar en una guerra civil urbana. Calle a calle, manzana a manzana.

Los “próceres” cayeron, las estatuas fueron derretidas, y los medios fueron barridos, con la desconexión total de la tele y la radio, la prohibición del Internet y la quema de las imprentas y diarios.

4/10/08

4

Hasta cansarme. Qué día. Fueron horas y horas de no cansarme. Pues si bien la primera parte había sido perfecta, y parecía que nada se nos oponía, volé. Volé rápidamente a través de las calles y caminos, para ver el verdadero rostro.

Y vi bastante. Gente pertrechándose, empleados y empleados que iban a defender lo suyo, pensando que iba a llegar su muerte, aunque sea la muerte de las migajas que recogían tras servir al amo eterno que tenían que servir. Gente pidiendo caridad en bancos y recibiendo miserias que bien los ataban horas, donde ellos y sus pocas posesiones se quemaban en el ardor del sol y la idiotez. Servidores públicos, los verdaderos soldados, quienes se juntaban en las instituciones y se armaban hasta los dientes y repeler el ataque cobarde y anunciado que iban a recibir.

Caminos destrozados por donde el transporte se ejercía lentamente; malos servicios por los cuales nadie reclamaba, sino agradecían cuando se otorgaban por horas; y anuncios por doquier de un futuro y progreso, anuncios que databan de 20 años atrás, consultas y elecciones diarias del mañana mejor que bien eran ignoradas por el propio mañana inexistente, y medios de comunicación que a lo mucho defendían el rating, criticaban por mero interés económico o ego ofendido al regente, o lo llenaban de loas, pues bien el pensar era uno u otro, cuando bien eran los mismos payasos sean militantes o parcializados, y hoy unidos porque el gravísimo ataque a mansalva anunciado en los cielos, había dado un grave golpe a la soberanía, a la democracia y había costado la vida de muchos compatriotas nuestros sirviendo en las gloriosas fuerzas armadas, órgano fundamental de la vida diaria de la nación y sus riquezas.

Y me ahorré la televisión, que bien no enseñaba todo aquello, sino la emergencia nacional decretada por el presidente que bien estaba en un lugar seguro, pero no tanto. Él no podía salir del país. Los aviones estaban parqueados y las pistas cubiertas o destruidas. Los carros no podían salir de las ciudades. Él ya no tenía petróleo. No había como armarse hasta los dientes o costear una durísima campaña contra el enemigo de la nación.

Y pronto supimos que bien debían callar muchos, para siempre.

Y que si de repente el mundo se acuerda de ellos, bien son ignorantes amantes del romanticismo del valor de la vida, que bien ellos nunca se acordaron mientras vivieron, y que bien quizás, de repente, me lamente yo mismo, pues al mismo tiempo me condené al ostracismo.

Y si salgo ahora, es por pura sinvergüencería. En especial cuando paso por los campos de batalla y las hogueras gigantes que existieron.

27/9/08

3

Las noches se iluminaban con el fuego. Eran calientes. Hoy a lo mucho, tenía una pequeña fogata atrás, donde a lo mucho me contentaba en leer historias, novelas y ficciones. De los escritos de mis contemporáneos no guardaba nada, pues eran invenciones burdas parcializadas que bien iban acorde con la mente de nuestros rivales.

Rivales que nos dedicaron una mañana en ridiculizarnos, en preguntar qué cambio debía hacerse, y que bien todo se desenvolvía en completa normalidad, aquella mañana en que el anuncio general se hizo, y que bien pedía que era el momento en que todos renuncien…

El comando militar llamó a la calma, y esta movida fue desechada sin mayor fundamento, sin el hecho de pensar cómo llegaron aquellos anuncios a todos, desde la montaña a la selva, y desde la playa al campo, pasando por las islas de la naturaleza y la pobreza.

Más que nunca esas horas pensábamos, pensábamos mucho y planeábamos el asalto inicial, pues lo que se venía era el propio infierno, y en tan solo unos minutos todo se podría ir abajo.

Ya no nos importaba nada, y era el destino nuestro, de quienes no éramos nadie.

Las decisiones fueron tomadas ya, por quienes no nos tomaron en serio y por todos quienes eligieron un presente detestable. Que bien nos convirtió en aquello que siempre detestamos, y que día a día… días que ya no existían.

Comenzó todo. Se cerraron las fronteras, tomamos los cielos, los cuarteles fueron asaltados, los arsenales explotaron y los puertos clausurados.

Todos los buques de la armada se hundieron, y el puerto principal fue tomado con fuerza. Los cuarteles de la policía fueron baleados, y sabiéndolo todo, quienes estaban, quienes eran…

Un minuto de silencio, porque la lluvia de balas cesó. En la costa bien supimos que con las primeras bajas, todo era más fácil, pero bien suponíamos que los refuerzos llegarían.

Los cohetes volaron todo.

Y una línea de fuego, rayó la ciudad, reflejando una oscuridad en nuestros rostros, imponiendo el miedo en todos, el terror que necesitábamos para identificar más el plan a seguir.

En la capital la base aérea fue volada en absoluto, los aviones nunca pudieron salir y bien supimos que el presidente fue el primero en refugiarse, mientras su pueblo lloraba de angustia, suponiendo que el fin llegaba.

Sin fronteras para cruzar, y una paz que bien inexistente, para los eruditos de la sinrazón y los filósofos de la imbecilidad, había culminado en aquella fiesta de colores amarillo y rojo, que continuó hasta bien entrada la noche, para cuando comenzamos a patrullar inicialmente la ciudad, que se convirtió en el cementerio de muchos. Donde nos convertimos en lo que somos y siempre seremos.

Y no podremos negarlo finalmente.

26/9/08

2

La defensa. La defensa de nada. Recordaba lentamente, inmóvil, algunos retazos y partes de discursos, arengas. Vacías, y tan nada frente a esta mañana.

La humedad y el frío se conjuntaban en gotas que mojaban levemente la vegetación y todo lo que estuviese a la intemperie.

Temprano como siempre, sin mayores lecturas, pues no habían diarios, no tenía noticias, sino las de afuera, y si noticias habían aquí, era el primero en saberlo, pues era mi misión el control general.

Desde hace mucho que la mañana no traía noticias, las mismas de siempre que no me interesaban en lo mínimo, y que francamente me producían una sensación de aburrimiento. Momentáneo, pues el silencio de la mañana y la presencia de una vegetación importante, todo esto se ocultaba ante la imagen de hace una época atrás, una época donde dormíamos con balas y despertábamos con balas.

Esa mañana de otra época, donde éramos otros, teníamos otros nombres, o donde realmente nuestra imagen no era recordada, y no teníamos ni presencia ni existencia, era semejante a la de ahora. Aunque el orden imperaba, el mismo ruido de los transportes inundaba el ambiente, y la carrera de la cotidianeidad comenzaba.

Que día poco especial, pues era de semana, y qué día tan normal, pues la mañana gris le quitaba energía a la gente. A sus labores de supervivencia, comercio y deambulación, mientras que nosotros no existíamos, pero bien enviábamos la señal propicia, ante después de tanto tiempo, donde preferimos guardar silencio, y esperar, esperar hasta que nos cansamos y nos unimos.

Los anuncios llegaron de las nubes, imperceptibles al inicio, pero muy visibles, porque fueron para todos. El anuncio de que bien la realidad debía ser cambiada, la sociedad debía renunciar al presente, y de que los culpables del todo despierten del sueño hermoso que otorga el poder inexpugnable y que entreguen y se juzguen a todos.

Pues en medio de tanto, de tanto movimiento, la pobreza era común general, la injusticia norma de vida, y bien las mafias convivían, de vez en cuando luchaban teniendo de fallecidos los más débiles, y donde bien circunstancias de cada uno, nos mandaron a renunciar a la vida, renunciar al todo, habiéndolo perdido ya. En lo que respecta de la vida de cada uno.

Yo la había perdido, a quien me vio como ser humano, y me cuido. Con quien ya no disfrutaba la mañana. Desayunaba a medias ahora, en camino a la dirección donde se encontraban las obras.

Más que hacer, menos que pensar, oculto de todos, raudo por donde la normalidad bien debería pasar, y donde no tenía sino que decir lo necesario.

Muy de vez en cuando, pues estaba lejos del todo, y más aún después de que la había perdido, en lo que bien en la normalidad no hubiese sucedido, pero en los tiempos revolucionarios, era absolutamente normal y usual.

En la sociedad de la infelicidad constante.

24/9/08

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Hace mucho tiempo que no habían fiestas. Conciertos, bailes, borrachos, y todo lo que ocupan las celebraciones. Sobretodo la explosión de felicidad, en un sentido que todavía yo no entendía, pero que juntaba al factor principal que había cesado la guerra, y la violencia que usábamos, era cosa del pasado.

Vibraban los ventanales, y todos festejaban, inclusive pocos extranjeros ya se asomaban en la inmensa algarabía, pues ellos fueron los primeros en marcharse.

Estaba en el puerto principal, pues el día se había agotado allí, en medio de tanto trabajo, obras y tareas arduas, en una ciudad que no guardaba, sino mucho dolor para mí. Mucha vida también, pero esa vida en medio del dolor, de la locura y finalmente, de la explosión que sucedió, tan terrible, y que inexplicablemente había derivado en lo que era ahora.

Tiempos extraños, pues después de todo eso, me era extraño encontrar todo aquello.

Parecía que las heridas habían sanado, eso sí preferiblemente, debía ser un espectro, pues las pocas veces que me había hecho público, causé graves siniestros, y anuncios que demolieron todo el pasado. Con sus personajes literalmente, y haciendo trizas con todo el deseo, la exageración y la falta de nobleza que puede caracterizar al ser humano.

La voz cantante, los coros públicos, todo lo avistaba y lo disfrutaba. Hace tiempo que la música no la escuchaba así, en vivo, pues todo evento público fue cancelado y cerrado. Era imposible que existiesen.

Ante el primer aplauso, opté por retirarme, desde hace tiempo que mis días ya no eran aquellos. Retirarme a manejar rápidamente, sigilosamente por donde antes no se podía, por donde antes se moría.

La sensación de vida no entró a mí, y bien prefería mantenerme alejado de ello, en la melancolía de la repulsión y el gusto por aquella batalla incesante que no fue ayer, pero que todavía no lo podía relacionar con aquel presente que vivía.